LAS GRULLAS
Siete naves
atravesaron la noche
de los mares en Otoño
cuando la lluvia al instante
en el desierto
se aletargaba en alquimias
que desde la noche sonreían.
y en el mar
el galeón azul despertaba
espíritus de tristeza y las líneas
del agua
detrás del disfraz marcado se
desangraban.
Cuando el vapor crecía en el
destino que escondía la luz
se encendía el hada que
destila voces, de llanto y penumbra
y allí, en cada piedra
ruidosa y letal
que la noche dependía
de los hielos, en invierno
los tambores de los héroes se
cernían hasta un ruego
que los llamaba a esperar el
llanto, la amenaza.
En el rincón de colores
fulminantes y rudos
de agudeza lumínica y
dolorosa que hay en la liturgia
de las ceremonias demoníacas
en la mañana.
Allí el portezuelo recibíra
el lamento
de un ave llorosa mutilada en
el mar.
En el espanto fulgurante de la bóveda, donde
andanadas de vertientes
vomitan crudos sonidos
de estrellas de furia que los
pájaros
alimentan con sus ropas de
carroña, las alarmas se oscurecen
y el sol se alimenta
con el detractor augurio de
la luz violeta.
Allí el ave se alimenta del
ave
y quizás después de la noche
el ruido de los huesos, se
transforme en lastima
y luego en Mayo
en la rompiente de los mares
cuando la luz descargue esmeraldas
de trueno, sonidos de grullas
al estruendo, la losada de
los barcos los descargue
y al instante de la muerte
siete grullas atravesaron
fantasmas en Grecia
tras la noche de nubes
y epopeyas y muros oxidados,
demorados en el cielo
convergerán a Oriente.
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